Una visita al nordeste descubre a los profesionales los valores turísticos de la zona más alejada de la capital
Un actor recorre una calle en Ayllón. / A. Tanarro
Si les relatara en estas páginas un viaje que he realizado a Escocia, podría contarles que los escoceses nada llevan debajo de la falda, sin que la mayoría pudiera contrastarlo porque nunca han estado allí. Sin embargo, quiero narrarles algo cercano, que tenemos muy a mano y en lo que es complicado que les venga con cuentos chinos, ya que muchos de ustedes seguro que han visitado la zona. Aún así su larga distancia de otros lugares de la provincia, incluida la capital, me induce a pensar que es una comarca desconocida para el gran público de los circuitos turísticos y también para los profesionales segovianos del sector, cuyos negocios se ubican al sur.
Les hablo del nordeste, una suerte de Finisterre segoviano que no linda con el mar, sino con cuatro provincias, de norte a sur, Burgos, Soria, Guadalajara y Madrid. Les hablo de una tierra de naturaleza e historia, de verde y gris, de rojo y negro. Les hablo de una tierra con paisajes cambiantes; de sierras imponentes; de valles y llanuras; de ríos que dibujan caprichosas formas; de hayas, acebos, enebros, sabinas, robles y encinas; de cañadas que un día fueron vías de alta densidad de tráfico de animales. Y les hablo de una tierra donde ha hablado la historia desde el Paleolítico hasta la reconquista, desde el medievo hasta la guerra con los franceses; una tierra de reyes y batallas, enclavada en el convulso durante siglos sur del Duero.
La ruta comienza en los pueblos rojos y negros. Por la carretera estrecha y sinuosa que parte de
Riaza
hacia el este y bordea la sierra de
Ayllón
, a la derecha están los pueblos negros y a la izquierda, como una antojadiza metáfora, los rojos. Una parada en
Villacorta
, en el viejo molino ahora la posada Molino de la Ferrería, en un enclave de ensueño, inicia el camino a la siguiente estación: Madriguera. Aquí todo se juega al rojo que dan sus construcciones con materiales ricos en compuestos férricos, con arcilla de una tierra singular. Después de unos años duros, de emigración y ruina, a mediados del siglo pasado, el pueblo es ahora de cuento, con casas rehabilitadas con mimo y calles empedradas. Su intrahistoria es en la actualidad la de sus habitantes, muchos gentes de fuera que han fijado sus ojos en este lugar especial.
La misma suerte ha tratado de correr
El Muyo
, el pueblo negro que construye con pizarra, aunque no lo ha logrado y todavía quedan casas y calles sin arreglar. Pero su belleza, distinta a la de los pueblos hermanos en rojo, y su singularidad está fuera de toda duda. Su cruz, que sirvió de imagen hace unos años para la edición segoviana de Las Edades del Hombre y que ya no está en el pueblo por seguridad, dio a conocer una zona muy especial.
El viaje continúa a Santibáñez de
Ayllón
y el Grado del Pico, en el confín de la provincia, por el valle del río Aguisejo hacia Guadalajara, camino natural que une las dos mesetas y utilizado desde tiempo inmemorial. De su importancia hace miles de años, da cuenta el yacimiento de Estebanvela, pequeño pero de gran trascendencia para el conocimiento de la forma de vida en el Paleolítico. Un centro de interpretación descubre cómo era la presencia humana en ese periodo.
Pero la historia no se detiene y unos kilómetros más allá nos hace avanzar. Es la villa de
Ayllón
, cabeza de comarca, y plagada de sabor a añejo, donde celtíberos, visigodos y musulmanes se asentaron, antes de dar paso a los reyes de la reconquista, al Cid, a santos y, sobre todo, a Álvaro de Luna, condestable de Castilla, señor de
Ayllón
, mano derecha e izquierda de Juan II y personaje que dominó la política y la vida de los castellanos en la primera mitad del siglo XV, antes de caer en desgracia y ser ejecutado en Valladolid. Era la época en la que la política era profesión de riesgo y los ceses se pagaban con la vida. Igual que ahora, vaya.
En
Ayllón
se respira historia, decía. Y para entenderla nada mejor que la asistencia a sus visitas teatralizadas. La iglesia de San Miguel, coqueta y en plena Plaza Mayor, o el palacio del Obispo Vellosillo, biblioteca y museo, son algunos de los espacios escénicos en los que habitan los personajes que nos remontan a la época de esplendor de la villa, cuando era centro de decisión política y económica al sur de la vieja y poderosa Castilla.
Pese a la importancia de
Ayllón
, la historia también se hace fuerte en otros lugares de esta tierra de diversidad. La siguiente parada y fonda lleva hacia el norte, en el límite con Burgos. Es Maderuelo, villa junto al río
Riaza
, en un cerro rocoso que se asoma al pantano de Linares. Solo un arco, el de la Villa, permite acceder al núcleo urbano, de un lugar que rezuma esplendor, seducción, y ahora con una población mínima. La decisión de construir la presa a mediados del siglo pasado hirió de muerte a una villa que perdió habitantes y arte, con el traslado al Museo del Prado de los frescos de la ermita de la Veracruz, ubicada a los pies de la localidad.
El viaje ya se aleja de las fronteras provinciales para recalar en
Fresno de Cantespino
donde la historia lleva al siglo XII, a la batalla entre el matrimonio formado por Urraca de Castilla y Alfonso I de Aragón. Dirimieron sus diferencias cerca de la localidad, que ha sido muchos años centro de trabajos en cerámica, pero de la que ya solo queda la artesanía de Alfarería Martín.
El viaje se cierra en
Boceguillas
, donde el rumor de los vehículos que atraviesan la nacional I nos despierta del sueño de transitar por las tierras del último confín de la provincia.
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