Riaza Los Gayumbos desde 1990

"¡Qué país, qué paisaje y qué paisanaje!", es la frase pesimista que nos dejó Miguel de Unamuno para la posteridad. Una frase que conserva toda su vigencia, siendo benevolente, en los tiempos que vivimos ahora. Y digo "siendo benevolente", porque lo que dijo don Miguel es demasiado suave para aplicarlo a nuestros días por la sencilla razón de que estamos peor que entonces.

Los terribles hechos (con resultado de muerte) acaecidos en la mañana del pasado domingo en los alrededores del estadio Vicente Calderón, obligan a una reflexión profunda de toda la sociedad española sin excepciones. Pero esta vez se han traspasado todas las líneas rojas y ni puede ni debe pasarse página otra vez.

Todo el mundo ha saltado a la palestra y ha puesto, una vez más, el grito en el cielo ante la barbarie de la que todos hemos sido testigos a través de la imágenes terroríficas y dantescas ofrecidas por las televisiones; los tertulianos se lanzan al debate con osadía inusitada olvidándose de que seremos recordados por "lo que hicimos", no por "lo que dijimos". Bla, bla, bla... conversación que me gastas. Lo que hay que preguntarse es, ¿qué queremos? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Cómo lo hacemos?

Hay que tomar medidas urgentemente porque el "monstruo" de la barbarie nos puede devorar a todos sin remisión. La galopante crisis de valores que padecemos (mucho mayor que la económica) con la consiguiente relativización y banalización de cuanto sucede y acontece, y nuestra pésima educación secular, mucho tienen que ver con los hechos protagonizados por los seguidores ultras del Deportivo de La Coruña y del Atlético de Madrid. Es verdad, sí. Pero ojo...no perdamos la perspectiva. Los problemas de la sociedad y la quiebra educativa no pueden ocultar que hay una violencia extrema peculiar y específica en los grupos futboleros más fanáticos de nuestros clubes que, en general, y lamentablemente, ha sido siempre consentida, y en ocasiones defendida y apoyada por las juntas directivas de muchos clubes de fútbol. Y de aquellos lodos nos vienen estos barros de ahora que a nadie debería sorprender porque se veía venir.

La realidad es que los grupos "ultras" siguen estando ahí, en los estadios de fútbol. Pero también, la triste realidad es que muchos aficionados les han defendido siempre y todavía: "son los únicos que animan de verdad", suelen argumentar. Craso error el de quien así opina porque, al margen del suceso extremo que hoy nos ocupa, la violencia verbal (antesala de la violencia física) de estas tribus futboleras está presente en todo momento. Gritos y cánticos como, "¡ése portugués, que hijo puta es! o ¡Messi subnormal! ¡Puta Madrid! ¡Puta Osasuna! ¡Puta Barça, oé, oé! ¡Michel maricón!, etc, etc, están a la orden los días de partido. ¿Por qué hay que faltar al respeto insultando de una forma tan tremenda? ¿Por qué ha de soportar un deportista semejante vejación? Para mayor escarnio, esos insultos soeces y brutales son cometidos en presencia de niños, e incluso son emitidos por sus propios progenitores. Ya ven, muy edificante todo. La desvergüenza cívica que suponen tales comportamientos, bien merecería, por ejemplo, el embargo (sin más) de la taquilla del estadio en que se hayan producido. Ya verían ustedes como todo cambiaría en un santiamén. Pero ni lo sueñen.

En los países más avanzados de nuestro entorno próximo, como Inglaterra o Alemania, es impensable que ocurra algo semejante. Los aficionados británicos y teutones animan sin cesar a sus equipos de fútbol (lo he comprobado "in situ" muchas veces) sin necesidad de humillar a los contrarios. "Es un problema de cultura", ha señalado, y no sin razón, el técnico italiano del Real Madrid Carlo Ancelotti para sonrojo nuestro. Y, sobre todo, añado, de educación elemental. Frente a la violencia y xenofobia, "tolerancia 0", habrán oído decir tantas veces a nuestros políticos. Mentira, no les crean. La tolerancia es total.

El fútbol es una pasión (lo es para mí, con más de cincuenta años de socio madridista) que nunca debería generar o suscitar el odio entre adversarios, que no enemigos, y aficiones. Los violentos y su fanatismo extremo sobran en cualquier lugar porque sólo engendran violencia y mal ejemplo.

Sin embargo, lo ocurrido el domingo debe ser la gota que rebase el vaso de nuestra paciencia. Ha sido gravísimo. Y sus sanciones y soluciones futuras ya no les pueden corresponder a los clubes de fútbol, a los comités de competición, a la Comisión Nacional Antiviolencia, a la Real Federación Española de Fútbol, a la Liga Profesional o al Consejo Superior de Deportes, porque a todos ellos les sobrepasa el suceso y ya han acreditado sobradamente su nivel de incompetencia en estos temas. Es al Gobierno a quien toca no escurrir el bulto y tomar la iniciativa. Y es Mariano Rajoy (no es suficiente con "instar a los clubes a actuar" como ha dicho en París) quien debe coger el toro por los cuernos y plantear en el Congreso de los Diputados, con todo rigor y firmeza, las decisiones necesarias a adoptar (y que los clubes deberían llevar a la práctica y la justicia sentenciar) para que no vuelva a ocurrir nunca más lo del 30-N.

Mientras tanto, ¡ni un sólo día más de fútbol con "ultras" en los estadios!