Riaza Los Gayumbos desde 1990

María de la Peña de la Serna Stern... otra “Grande de España” que se nos ha ído; porque muy grande ha sido la historia vital y sentimental de una gran señora como lo fue María de la Peña (así bautizó “El Genio de Sepúlveda” Victoriano de la Serna a su hija en honor a la patrona sepulvedana Nuestra Señora de La Peña). Esposa, después viuda, de uno de los mejores críticos taurinos de todos los tiempos: Vicente Zabala; también MADRE (lo escribo con mayúsculas por tratarse de la palabra más bella de nuestro diccionario de la lengua) de Vicente, Víctor y Verónica (la niña de sus ojos verde-esmeralda); abuela amantísima y “hermanísima” de sus hermanos.

Decía una de las letras de las canciones del magnífico compositor e interprete Alberto Cortez que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Bien cierto es. Pero tratándose de la madre, de la mamá, no es que algo se nos vaya, es que todo se nos rompe en nuestro interior en mil pedazos, no en balde los hombres todo a ellas se lo debemos y somos lo que ellas han querido que seamos, gracias a Dios. Por eso y por más, de todos los recuerdos que nos pueden acompañar hasta el final de la vida el más reconfortante, el que nos hace sentir más vivos, es sin duda el del amor, sobre todo cuando perdura más allá de circunstancias en que se rompe la unión entre el cuerpo y el alma, como ocurre con la muerte. Verónica, Vicente y Víctor, los hijos de Peñuca, van a seguir queriendo a su mamá en el recuerdo. Ella seguirá siendo su “ser más querido” siempre, aunque ya no esté, una vez transcurridos los primeros días de sentimiento de orfandad absoluta en el que están ahora sumidos. Se trata de la indescifrable esencia del amor verdadero. Decía el poeta que “vivir es recordar, y recordar vivir”, y yo me permito añadir que amar es la mejor manera de vivir y recordar.

De María de la Peña ya se ha dicho todo, o casi todo. De su faceta artística (la saga familiar está llena de artistas), de su extraordinaria clasificación como pintora de gran categoría será el tiempo quien se encargue de ubicarla en el lugar que le corresponde; al respecto, solo puedo decir que sus lienzos expuestos hace unos meses en Madrid alrededor de la figura de José Tomás (con Enrique Ponce su torero preferido, además de su hijo Víctor, hermanos Victoriano, José Ignacio y, naturalmente, su papá) fueron al decir de los entendidos los que mejor han reflejado el hondo sentimiento y la verdad del toreo del monstruo de Galapagar. Sin duda, los genes del arte de torear inmenso de Victoriano de la Serna tiene mucho que ver en ello. Por cierto, inolvidable el relato que me hacía de vez en cuando mi padre con motivo del desplazamiento que hizo, siendo muy joven, a mediados de los años 30 del siglo pasado en compañía de amigos desde

Riaza

hasta Sepúlveda...¡corriendo! para ver torear a Victoriano. ¡Fantástico!

El martes pasado, uno de sus familiares más allegados, el prestigioso traumatólogo y cirujano ortopédico don Juan María de La Cerda y de La Serna, me envió unos versos de infinita belleza dedicados a Peñuca, que no puedo por menos que ofrecérselos a todos ustedes a continuación, como colofón a este pequeño, sentido y humilde homenaje:

“Sútil fulgor. Gran señora/ Elegancia natural/ De carácter egocéntrico/ Casta y personalidad/ De todo menos vulgar/ Excéntrica de por dentro/ Impar. Distinta. Genial/ Plena de vida interior/ El toreo es tu pasión/ Musa de tu inspiración/ Enamorada del Arte/ Sobrio, sencillo y austero/ Tu pincel hebras de Nácar/ Tu paleta, placa y fuego/ Eres gaviota en el aire/ Retama por el sendero/ En el alma tu obsesión/ Crisol de artista. Sombrero/ Oleos, lienzos. Peonías/ Rancios cuadros de toreros/ De raza por tradición/ Verdes tus ojos. Recuerdos/ Pura esencia “De La Serna”/ Con sabor de vino añejo/ Tus pinturas. Sed y oro/ Retablos son de Museo”.

Sencillamente magistral, querido Juan Mari, tu glosa poética a Peñuca, una mujer excepcional que se lleva al final de su vida una “bolsa” repleta de afectos. Descanse en paz.