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[OPINION]
domingo, 01 de enero de 2017 19:30
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Mi perro Keko
Fuente de la Noticia:  
Peña Los Gayumbos
Por José Luis Cuenca Aladro
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Jamás pensé que escribiría este artículo. Voy a tratar en el mismo de vivencias tan íntimas, tan personales, que compartirlas con ustedes me parece quizá un atrevimiento. ¿O no? No estoy seguro de nada, pero en cualquier caso mi única pretensión es rendir un sencillo homenaje a las personas propietarias de animales de compañía como son los perros, sin duda alguna los mejores amigos del hombre. Los más fieles, los más leales. Los que constantemente nos dan, hay que reconocerlo así, lecciones de convivencia a los humanos. Ellos nos quieren de manera totalmente desinteresada. Y lo hacen como lo harían unos abuelos con sus nietos, unos padres con sus hijos, unos hijos con sus padres, unos hermanos entre sí o unos amigos de verdad. Así son ellos, los perros. Así era "keko". "¿Hay algo más fiel y hermoso, o de mayor sentimiento, que solo porque has llegado tener feliz a tu perro?".

He esperado unos días para poder afrontar la escritura de esta gran historia de amor recíproca entre un can al que llamábamos "keko" y una familia: la mía propia. Verán, el viernes pasado día 23 víspera de Nochebuena, me apresté, como todos las mañanas, a pasear a mi mascota "keko" por el Parque de Berlín próximo a nuestro domicilio familiar madrileño. "Hoy vamos a acercarnos hasta nuestro campo (el Santiago Bernabéu)", le susurro al oido mientras le coloco "la correíta" en su collar de paseo. Noté que "keko" no bajaba a la calle con la alegría incontenible de siempre. Nada más salir del portal de nuestra casa y pisar la acera se tambaleó. Comprobé que perdía la orientación. Me alarmé, subi de nuevo a casa con él. Le cuento a mi esposa lo sucedido y tomamos la decisión de llevarlo al veterinario lo más rápidamente posible. Son las 8,30 todavía, y el Centro Clínico Veterinario de los doctores, los hermanos Álvarez de la Villa, que se encuentra al lado de casa no abre hasta las 10,30. Lola, mi mujer, y yo, repasamos mientras tanto las horas anteriores al súbito empeoramiento de salud de nuestra mascota. Ambos coincidimos en que la noche anterior no probó su cena y se mostró muy apagado, en general, durante todo el día.

Ponemos rumbo a la clínica preocupados, pero esperanzados en que todo quede en nada. La corta distancia de apenas cien metros la hacemos en mi automóvil, pues "keko" parece muy debilitado. A la hora en punto de apertura llegamos a la clínica. Nos atiende inmediatamente Javier, el veterinario de cabecera de "Keko" desde que era cachorro. La primera exploración que le hace parece preocuparle, y nos comenta que le hará un chequeo a fondo seguidamente, "regresad dentro de tres horas que ya podré tener un diagnóstico más definido. Le voy a hacer varias pruebas además de un análisis de sangre inmediato". Abandonamos el local médico, no sin antes colmar de caricias a Keko al despedirnos de él. Lo hacemos ciertamente alarmados. Muy preocupados. Mientras caminamos por la calle (el coche lo hemos dejado allí en previsión de trasladar más tarde a "keko" hasta nuestra casa) tratamos de animarnos mutuamente con comentarios positivos e intercambiamos frases manidas como, "ya verás como no es nada", "pero si hace dos días estaba tan contento como siempre", "será una especie de gripe, seguro"...etc, etc, etc. Cuando llegamos a casa suena el teléfono. Es mi hija María José, ¿Qué tal?..."Pues nada, que venimos del veterinario. Hemos dejado a "keko" un momento y más tarde volveremos por él". "¿Qué le pasa?". "Nada, nada...que parecía un poco cansado. No creo que sea importante". "Vale, vale, luego me decís".

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Cuando regresamos a la Clínica cerca de las 2 de la tarde Javier nos pasa a su despacho, nos muestra las numerosas pruebas realizadas a nuestro (¿puedo decirlo?) bellísimo perrito y nos dice que el diagnóstico es muy malo. Los órganos vitales del animalito están muy afectados. Poco o nada cabe hacer. Acaso múltiples cirugías paliativas, que no curativas. En definitiva, "keko" se está muriendo. Os podeis imaginar la incredulidad y el desconsuelo nuestro, de mi esposa y mío..., "pero si estaba bien", "pero si los análisis que le hiciste hace seis meses estaban fenomenales", "es tan bonito, tan bueno...no, no puede ser". ¿Cómo decírselo a las niñas (mis hijas)? ¿Y al niño (mi nieto Pablo)?

A las cinco de la tarde regresamos de nuevo al Centro Veterinario. Ya en compañía de Mariló y María José, mis hijas. Los doctores nos ofrecen todas las explicaciones sobre la súbita enfermedad de "Keko". La decisión es unánime por nuestra parte y los doctores: lo mejor para él, para nuestra amadísima mascota, es no sufrir por más tiempo de manera absolutamente innecesaria e inútil. Pasamos a verle. Nos reconoce de inmediato. Parece sonreírnos como siempre y no cesa de mover su gracioso rabito ni un solo instante. Permanecemos junto a él más de 30 minutos. Le abrazamos, le acariciamos, le besamos. Las lágrimas fluyen sin parar por el rostro de ellas...y del mío. Estamos rotos de dolor por tanto amor, paz, alegría y felicidad como nos ha regalado "keko" durante casi catorce años a todas las horas del día. A las 17,35 de la tarde deja de respirar, entorna sus ojos y fallece plácidamente.

Hasta que tuvimos en casa a nuestro cachorro "keko" en 2003 no decubrí la auténtica amistad, la fidelidad, la lealtad. Convivir con mi mascota durante tantos años me ha proporcionado lecciones diarias de amor y lealtad incondicionales como solamente un perro puede dar y ofrecer. Para nuestros perros (los que tengan mascotas lo entenderán perfectamente) sus dueños somos las mejores personas del mundo, sus líderes, lo que nos "obliga" a estar en todo momento a la altura de las circunstancias, algo que nunca es fácil porque ellos solo viven por y para nosotros todos los días de su existencia. Nos hacen mejores. Han transcurrido nueve días desde que se fue de nuestro lado, sé muy bien que el tiempo lo cura todo, pero ya nada podrá ser lo mismo. Era tan bueno, tan guapo y bonito (un cocker spaniel de pelo largo negro brillante y grandes ojos marrones), tan cariñoso, tan cazador, tan elegante...que el vacío que deja en casa (ya en Madrid, ya en

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) es enorme.

Muchos han sido los canes con los que conviví desde niño. Recuerdo al primero de ellos, un teckel de pelo duro al que llamamos "Lord" que me regalaron mis padres; después vino "Gus", una mezcla de pointer y labrador, fuerte, alto, de pelo negro muy corto; le sucedió un cachorrito blanco-naranja pointer puro de extraordinarias cualidades cazadoras al que también llamamos "Gus"; luego llegaron "Naydick, una perrita setter laverack inglesa y "Pongo", hijo de la anterior y de "Gus"; más tarde tuvimos a "Nelo", un setter irlandés de pelo largo muy rojo y de carácter muy similar al de "keko"; y a "Yako" y "Charly", dos golden retriever majestuosos (uno de pelo blanco y el otro de color canela). Todos los que acabo de citar fueron grandes perros de caza y de compañía con los que disfrutamos ampliamente; crecieron y convivieron en nuestra casa de campo

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a nuestro lado. En el caso de "Keko" fue algo diferente: largas estancias veraniegas en

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, pero mucho más prolongadas en Madrid. El "roce" con él, por tanto, fue mucho más intenso y continuado. Siempre nos acompañó a todas partes y nunca permaneció solo en casa más de una hora.

Son muchas las increíbles anécdotas que podría narrarles sobre "keko", pero no quiero ni debo extenderme más porque entiendo que aquellos que tengan perro tendrán también otras muchas que contar. Solamente deseo homenajear a todos los perros del mundo (también a sus propietarios responsables) en la figura de un can tan extraordinario como lo ha sido y será eternamente "miperrito dog-dog- dog", "la señorita Nunis", "kekuninademamá"... mi compañero del alma y amigo inolvidable "Keko".

Y acabo finalmente. El año que se va ha sido especialmente desagradable. Se nos han ido muchos amigos. El mundo vive prácticamente en guerra. Lo atentados terroristas por todo el mundo han sido muy numerosos. Sin ir más lejos, 2017 comienza igual tras la criminal matanza perpetrada esta misma noche en una discoteca de Estambul. La crisis de valores (de valores humanos) es muy preocupante. Las tragedias aéreas y los accidentes en carretera no cesan. Los políticos, lejos de arreglar las cosas, las empeoran todas. Así no vamos a ninguna parte y el 2017 no va a ser fácil para nadie. Sin embargo, hemos de hacer un esfuerzo, sacar fuerzas de flaqueza y confiar en nosotros mismos para poder dar un impulso positivo a esta sociedad marchitada y anodina que tanto relativiza las cosas verdaderamente importantes de la vida.

Como creo que han entendido perfectamente el desahogo que escribir estas líneas ha supuesto para mí en trance tan amargo por la pérdida de "Keko", solo me queda desearles un Feliz Año 2017 a todos. ¡Vamos a por él!
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