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[OPINION]
viernes, 05 de mayo de 2017 00:00
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El toro a través del tiempo
Fuente de la Noticia:  
Peña Los Gayumbos
Por: José Luis Cuenca Aladro
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El toro de lidia del siglo XXI es el producto, concienzudo, perfeccionado, mágico, de un proceso casi tan largo como la propia civilización. El concepto de la bravura sigue siendo un objetivo, una razón de existir; la condición idónea, en suma, para que a la postre se produzca, en la unión perfecta con la inteligencia estética del hombre, el milagro del arte, la manifestación cultural única: el sentido de la fiesta. El toro es el gran protagonista de nuestra fiesta, tanto, que sin él no sería posible su existencia. Por eso voy a ocuparme hoy de él, del toro. De su evolución desde la última mitad del pasado siglo hasta nuestros días. Pongámonos manos a la obra.

En la fiesta taurina han existido desde siempre unas pocas plazas capaces de definir un tipo de toro característico de las mismas, el cual a su vez ha influido decisivamente también a la hora conferirles una personalidad especial, su carácter diferencial. Todos hemos oído hablar del toro de Sevilla, del toro de Bilbao o de Pamplona y también, como es lógico, del toro de Madrid.

El toro de Sevilla siempre se ha puesto como ejemplo de la armonía sin exageraciones, el de Bilbao y Pamplona como el de la rotundidad morfológica más disuasoria para los toreros, mientras que el de Madrid pasa por ser el mejor representante de la seriedad, sin necesidad de otros adjetivos. Un toro que siempre ha podido darlo todo a un diestro o acabar con sus expectativas profesionales, porque el toro de Las Ventas ha sido realmente el único con capacidad para encumbrar o hundir a los toreros.

No obstante, el toro de Madrid tiene mucho de tópico y como es lógico ha llevado a una evolución histórica paralela a la propia marcha de la fiesta a lo largo de los años. Apenas tiene nada que ver el ejemplar que se lidiaba en la controvertida década de los años treinta, nada más inaugurarse la plaza, con el característico toro de posguerra, que salió al ruedo durante la mayor parte de los cuarenta. Tampoco admite comparación el vacuno de la década de los cincuenta, terciado, bravo y encastado, con el estereotipo que colonizó la etapa final de los setenta y la mayor parte de los ochenta y que fue justamente lo contrario, grande, cornalón y descastado. Cada tiempo ha tenido en Madrid su toro que, aunque con sus defectos y virtudes, ha plasmado el sello diferenciador de todas las etapas en la plaza más importante y decisiva el mundo: Las Ventas del Espíritu Santo.

Voy a referirme, por tanto, a la época de la que guardo mejor memoria, la que va de los sesenta hasta hoy, un tiempo que me ha dado la oportunidad de contemplar la lidia de más de 12.000 toros desde mi abono del tendido 1, fila 3, (siempre junto a mi padre, mi maestro de la vida y de todo, y hermanos) de la Monumental de Madrid.

Los años sesenta trajeron bienestar y desarrollo económico a la sociedad española. Este fenómeno se tradujo en lo taurino por la incorporación a las plazas de un público profano, que se entremezcló con los aficionados en los tendidos, pero que aprendió poco o nada de ellos. Estos aficionados de nuevo cuño (que los sigue habiendo también a día de hoy) constituyeron el caldo de cultivo idóneo para el nacimiento del gran fenómeno de masas de la época, Manuel Benítez "El Cordobés". El toro que se lidiaba en Madrid a mediados de los sesenta, rara vez era de verdad, porque casi nunca había cumplido la edad reglamentaria. El toro apenas tenía presencia física, lo cual dañaba gravemente la seriedad del espectáculo. Se impuso la primera gran oleada de descaste, que mermó la bravura y el temperamento de la mayor parte de la cabaña en su afán por imponer un tipo de toro, más suave y, sobre todo, más tonto. La bravura dejó de ser la cualidad más buscada en la selección ganadera y la nobleza pasó a ser el factor más importante. El toro, digámoslo así, se dulcificó. En esta época donde se menguaba el trapío y se suavizaban las embestidas hubo ganaderos que siguieron manteniéndose fieles a su ideario. La familia Pablo Romero continuó cosechando éxitos y conservando el reconocimiento de la afición madrileña. También el Conde de la Corte se mantuvo en primera línea y consiguió triunfos clamorosos en 1965 y 1968. Pese al panorama mayormente desalentador, el final de la década de los años sesenta trajo a la afición de Madrid el que habría de ser su "mesías" ganadero hasta hoy en día, Victorino Martín. El ganadero de Galapagar se presentó en Las Ventas en 1968 con dos corridas que no dejaron indiferente a nadie. Dos encierros en los que mezclaron lo mejor y lo peor, pero donde sobresalió la auténtica seriedad del toro, algo que por entonces escaseaba cada vez más. Los "albaserradas" empezaron a abrirse camino merced a unos encierros muy desiguales, donde se mezclaban ejemplares excepcionalmente bravos, junto a mansos encastados y de lidia imposible. Toros de mirada fiera, toros con cara de toro y con reacciones de toro, algo que los aficionados más puros echaban en falta. Los abusos trajeron como consecuencia una reacción opuesta por parte de los sectores más severos de la afición que, apoyados por parte de la critica taurina, exigieron un toro que lo fuera por edad y presencia, plantaron cara a los profesionales del toreo y consiguieron que se empezase a respetar su criterio de tal forma que el Gobierno de la época se vio obligado en 1969 a tomar cartas en el asunto y, a través del Ministerio de Agricultura, creó el Registro de Nacimientos de Reses de Lidia para garantizar la edad de los toros y acabar con el fraude.

La década de los setenta se presentó en Madrid como un tiempo de revolución, de cambios bruscos en los toros, que se irían haciendo cada vez más profundos conforme avanzaba el decenio. El toro de cuatro años empezó a salir para todos, figuras y modestos, a partir de 1973. A ganaderos, toreros y empresarios, la transformación les cogió con el paso cambiado, ya que estaban acostumbrados a campar a sus anchas durante muchos años, y aún a día de hoy no son capaces de asumir la necesidad de garantizar la autenticidad del espectáculo para asegurar su supervivencia. Fue entonces cuando la mayoría de los ganaderos optó por buscar la salida que parecía más fácil, pasando de un extremo al opuesto, a base de caer en el error de crear toros estereotipados, mucho más aparatosos de cuerna, desproporcionados de talla y con un peso inusual hasta entonces, y absolutamente inadecuado. El Madrid de los setenta encumbró definitivamente a Victorino Martín, que encadenó triunfos de tal trascendencia que le convirtieron en un ganadero de época. Nadie fue capaz de hacerle sombra por entonces.

Los años ochenta en la plaza de Las Ventas acentuaron la tendencia que ya se venía marcando en la década anterior. Toro grande, ande o no ande. O mejor dicho, el toro más grande que hubiera, independientemente del juego que pudiera dar. Menos mal que con la llegada de Manolo Chopera pasamos de la monotonía habitual a la ilusión. Todo estaba bajo mínimos y el temor al futuro inmediato se había apoderado de los aficionados y de los políticos responsables de la gestión del coso. Con Chopera como empresario se consolidó la presencia del toro como elemento básico en casi todos los carteles, incluso cuando se trataba de novilladas, que exhibían un trapío muy superior al de muchas corridas de toros en capitales de provincia. Lo malo es que el aumento de tipo en el toro, su incremento de peso y su mayor desarrollo corporal no pudieron acompañarse de mayores caudales de bravura y casta. Se empezaron a notar cada vez más las consecuencias del descaste seleccionado en las ganaderías por imposición de las figuras y ese toro, capaz de dar cierto espectáculo y propiciar triunfos en las plazas menores, naufragaba en Madrid. Las corridas bravas resultaban aún más llamativas por infrecuentes. Y mientras Victorino seguía siendo el rey. Si aún le quedaba algo por demostrar lo hizo en 1982, en la llamada "corrida del siglo", y con el indulto al toro "Belador" en la Corrida de la Prensa de ese mismo año. La década ochentiana fue buena para los herederos de Baltasar Ibán, cuyo cruce entre Contreras y Domecq, acabó por estabilizarse y conseguir ejemplares encastados y nobles, que propiciaron muchos triunfos a los toreros. También los "santacolomas" de Buendía y Felipe Bartolomé dieron mucho juego. Sin embargo, los Pablo Romero se hundieron definitivamente pese a seguir acudiendo a Madrid, más por tradición que otra cosa.

Si el toro que se lidiaba en Madrid durante los años ochenta llevaba el sello de Manolo Chopera, el de la década de los noventa vino marcado por la hegemonía de los hermanos Lozano, que sucedieron a Chopera al frente de Las Ventas. La gestión de los Lozano (15 años) redefinió el prototipo de toro necesario para Madrid. Apostaron por reducir su tamaño y renovar parcialmente el cartel ganadero buscando divisas nuevas para sustituir a algunas, no todas, de las que más habían crispado a los aficionados en años precedente. Ejemplares de procedencias, morfologías y comportamientos variados, que encuentran en Madrid el único escaparate que les queda para sobrevivir en tiempos en que se impone cada vez más el toro light, es decir, bajo de acometividad, justo de fuerza, limitado de casta y escasamente transmisor de emociones a los tendidos. La empresa de José Martínez Uranga siguió la línea de los Lozano, y actualmente puede decirse que todo discurre de forma y fondo similar, con picos de sierra, más o menos perceptibles.

La incógnita que supone la llegada arrolladora del francés Simón Casas se verá despejada muy pronto, en la Feria de San Isidro inmediata. De momento se anuncia un San Isidro 2017 muy abierto de cartelería, tanto para toreros como para ganaderos. Muy positivo resultará, sin duda, el asesoramiento del maestro Curro Vázquez para que Madrid siga siendo la primera plaza del mundo. Simón llega con ganas, con ilusión renovada. Crea la Corrida de la Cultura y apuesta por la vuelta al romanticismo perdido. Ya veremos, pero repito: lo principal es el TORO. Y en Madrid lo queremos íntegro, armónico morfológicamente, con el trapío que Las Ventas demanda siempre. Un toro bravo y encastado a la vez, con movilidad y en su peso justo. No queremos otra cosa. Pero ojo, porque lo que hemos visto hasta ahora (Valencia y lo que va de Sevilla) en lo que va de temporada es muy decepcionante. Veremos qué pasa.

¡¡Que suenen los clarines y que Dios reparta suerte!!
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