Riaza Los Gayumbos desde 1990

Pasadas las nueve de la noche del sábado día 17 me llama mi hija María José: "Papá, ¿te has enterado?", me dice. "¿De qué? ¿qué pasa?", inquiero alarmado..."Un toro ha matado a Iván Fandiño en Francia". No, no puede ser. No me lo puedo creer. No es posible. Acababa de ver la retransmisión de la corrida celebrada en Las Ventas, la denominada de la Cultura, en compañía de mi esposa y unos amigos en la pantalla gigante del bar-restaurante del Hotel Plaza en Riaza. Comentábamos a la salida los pormenores de la tarde cuando el impacto de la tremenda noticia nos deja a todos completamente noqueados, helados... empiezan a llegar guasaps de amigos y aficionados impresionados por el trágico suceso.

No ha pasado un año tan siquiera de lo de

Víctor Barrio

en Teruel (9 de julio 2016). Es demasiado. Muy fuerte. Apenas hace unos meses, el 4 de febrero en Valdemorillo, el bueno de Iván brindaba uno de los toros de su lote a "Quinito", el padre de Víctor, en homenaje sentido a su hijo, tantas tardes triunfador en la plaza de toros valdemorillense. ¡Quién le íba a decir entonces al torero de Orduña lo que el destino le tenía preparado! Pero así es la realidad de la profesión más difícil del mundo y más auténtica. El 29 de mayo pasado en Madrid toreó Iván Fandiño por última vez en Las Ventas alternando con Morenito de Aranda y Gonzalo Caballero. El 29 de mayo de 2016 actuó, por última vez también, en la Monumental madrileña

Víctor Barrio

junto a Iván Vicente y Alberto Aguilar. Lo mismo que "El Yiyo" que, remontándonos a 1985, se despidió para siempre de la plaza de toros de Madrid otro 29 de mayo acartelado con Julio Robles y José Antonio Campuzano.

Iván Fandiño practicó siempre un toreo sobrio, clásico, limpio de polvo y paja, como quedaba antaño el grano en la arena después de aventado. Con su tauromaquia asentada sobre un valor descomunal, el vizcaíno se fue abriendo paso entre la maraña espesa de lo ya establecido, al lado siempre de su mentor, apoderado y amigo Néstor García. Nada le resultó fácil. Desde que confirmó su alternativa en la Plaza de Toros de Madrid en 2009, hasta la temporada del año 2014, el matador de toros vizcaíno Iván Fandiño y los aficionados de la plaza de toros de Las Ventas mantuvieron una muy buena y correspondida relación; pero el Domingo de Ramos de 2015 (un 29 de marzo) el idilio saltó por los aires. Ya en la anterior Feria de Otoño de 2014 pude observar, no sin extrañeza, síntomas claros de que las cosas no iban por buen camino. Las Ventas, que tan fiel había sido con Iván desde que debutase como novillero en 2005, y sobre todo, a partir de 2009, le empezó a fallar. No comprendí nunca el por qué, pero la sintonía entre quienes le encumbraron como figura comenzó a tambalearse.

Siendo muy consciente de ello, Fandiño quiso hacer un gesto en agradecimiento al público de Madrid que tanto le había dado. Más o menos ésas fueron las palabras que pronunció el torero el 19 de febrero en el Teatro Ruedo de Las Ventas durante el acto de presentación de la corrida que habría de celebrarse en el coso de la calle Alcalá un mes más tarde. Un gesto, sin duda, que le honró sobradamente; porque una gesta es encerrarse y enfrentarse en solitario a seis ejemplares de distintas ganaderías (las consideradas más duras) y variados encastes.

La tarde de autos (29 marzo) fue magnífica climatológicamente hablando. Yo estuve muy cerca de él aquel día (el asiento número 6 de la barrera del tendido "9" queda justo encima del burladero de capotes). La afición de Madrid se mostró en todo momento muy predispuesta y agradecida. Digamos que estaba a favor de obra. A las seis en punto no cabía un alfiler en el graderío. El cartel de "No hay billetes" se había colocado en las taquillas quince minutos antes del inicio del festejo que inauguraba la temporada en la Plaza de Las Ventas. El lleno absoluto venía propiciado por una buena campaña de marketing promocional, por las ganas de ver toros tras el parón del invierno y por la no retransmisión de la corrida por televisión. Toreaba, además, un torero "de Madrid" consolidado recientemente como figura del toreo. Corrida, por tanto, de máxima expectación, pero también de gran decepción final. No era fácil imaginar que así sucediera, pero así fue...por culpa de los toros, que no del matador.

Los astados de las consideradas ganaderías "terroríficas" (Partido de Resina, Adolfo Martín, Cebada Gago, José Escolar, Victorino Martín y Palha) y de encastes variados (Pablo Romero, Albaserrada, Baltasar Ibán, Cebada Gago) fueron, en general, mansos, flojos y sin clase alguna. Todos, eso sí, de bellísima estampa (sobre todo los cárdenos de PResina, Adolfo, Victorino y Escolar), y muy bien presentados en cuanto a hechuras. Tenían el trapío suficiente para la primera plaza del mundo, excepto el colorado listón de Cebada, y un ejemplar negro y feo de Palha, el sexto de la tarde. Pues bien, ninguno de los seis toros en liza tuvieron pase alguno, algo verdaderamente insólito. No sirvieron para casi nada, no tuvieron el fondo suficiente para aguantar más alla del tercio de banderillas y ni siquiera transmitieron emoción a los tendidos dadas sus escasas prestaciones. No hubo embestidas temperamentales, fuertes, agresivas. Nada. Sin fijeza, sin fuerzas, sin el menor atisbo de bravura y codicia. Mansos de solemnidad. El único al que se le vieron posibilidades (el "victorino" lidiado en quinto lugar) por la forma en que tomó los vuelos del capote de Iván "haciendo el avión", tuvo que ser cambiado tras lesionarse. Los aficionados que se autodenominan "toristas", creyendo que de esta forma certifican su condición de entendidos o enterados, no daban crédito a lo que estaban contemplando y algunos, por no dar su brazo a torcer, prefirieron cargar sus ácidas críticas al debe del torero para intentar "tapar" el desastre ganadero. Y de esta guisa, como digo, fue transcurriendo aquella tarde que se tornó en irremontable para el torero, cada vez más afligido e impotente frente a lo imposible. La misma plaza que le había dado todo lo que era en ese momento a Fandiño como matador de toros, se lo arrebató y le despidió con fuerte división de opiniones e incluso (algunos, no muchos) se comportaron de manera incívica y cruel lanzando almohadillas al redondel. La actuación de Iván Fandiño había sido más que correcta, la que cabía con el género que tuvo que despachar. La gesta ya estaba hecha desde el mismo momento en que se anunció en los carteles. Pero Madrid no le trató con justicia. Le dejó caer sin red que le cobijase, y le empezó a exigir a partir de entonces lo indecible. Y ahí andaba Fandiño ahora, en la lucha por reconquistar "su" plaza cuanto antes, cuando en la localidad francesa de Aire-sur-l´Adour un toro de Baltasar Ibán le ha hecho inmortal al acabar con su vida.

Desde mi abono del tendido 1, fila 3, he presenciado todas sus actuaciones (30) en Las Ventas. Siempre estuvo muy digno en todas ellas. Con muchas tardes de éxito rotundo y la gloria absoluta finalmente conquistada con aquella rotunda e incontestable puerta grande en el San Isidro de 2014. Fue Fandiño (como acaba de decir el maestro Enrique Ponce) uno de los más importantes toreros de la última década. Ídolo en plazas de tanta relevancia como Madrid, Pamplona o Bilbao y máxima figura durante cuatro temporadas consecutivas (2011-12-13-14). Solo resta enviar mediante estas líneas mis más sentidas condolencias a los padres, familiares y amigos del fallecido, y muy especialmente a su esposa Cayetana García Barona y su pequeña hijita Mara. Lo hago, como digo, en mi propio nombre y en el de todos los aficionados de

Riaza

y el nordeste segoviano. Dicen que siempre se nos van los mejores por delante. Me parece que es verdad. Iván Fandiño era uno de ellos. Su grandeza y su gloria siguen intactas. Gracias Torero, y hasta siempre.