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Han transcurrido 365 días desde el 9 de julio de 2016, aquella trágica fecha en que un astado de Los Maños hirió mortalmente al torero grajerano

Víctor Barrio

en el ruedo de la plaza de toros de Teruel. Ha pasado solo un año pero tengo la sensación, al contrario de lo que suele ocurrir, de que el tiempo transcurrido ha sido mayor. Seguramente la intensidad emocional controlada e interiorizada ante la pérdida de las personas queridas nos hacen sentir que el tiempo va más despacio por la constante rememoración que hacemos de ellas. Con

Víctor Barrio

ocurre lo mismo, son tantos los buenos recuerdos acumulados, que el año sin él se nos ha hecho mucho más largo.

Es curioso lo que sucede con Víctor. A veces hablo con aficionados que nunca le vieron torear en la plaza y que nunca le trataron personalmente, y me comentan que "era un gran torero y una gran persona". Me congratula mucho escuchar estos comentarios, si bien les replicó que no, que Víctor era mucho más: un grandísimo torero y una persona extraordinaria y les cuento una y mil veces las tardes de gloria de nuestro paisano por las plazas españolas en las que tuve el privilegio de estar presente, además de destacarles algunos de los rasgos de su personalidad, de su grandeza como ser humano. No me sorprende que hablen así de él sin conocerle y sin haber presenciado sus labores en el ruedo. Miren: yo tampoco vi torear a "Manolete", ni había nacido cuando "Islero" le mató en Linares, pero para mi, como para muchos, es una de las figuras más grandes que ha dado la historia del toreo moderno. Y, sin conocerle, también le admiré como persona. Creo que me entienden perfectamente lo que quiero decir. En el caso de Víctor, su entorno familiar más próximo, sus numerosísimos seguidores y la instantaneidad de los medios de comunicación digitales, han tenido mucho que ver en el conocimiento de su impecable trayectoria profesional y personal. Podíamos decir que a Víctor le han descubierto muchos aficionados "a posteriori", pero con mucha más rapidez que lo hicimos nosotros para reconocer al "monstruo cordobés" Manuel Rodríguez, porque los medios eran mucho más limitados en aquella época de las décadas de los 60-70-80 del siglo pasado. En cualquier caso, la satisfacción nuestra, la mía, es la misma, y me felicito porque la admiración por la figura del maestro del nordeste segoviano sea unánime entre los aficionados a los toros.

Muchos han sido los homenajes que se han ofrecido a la memoria de

Víctor Barrio

por todos los rincones de España en los últimos meses. Muchos han sido igualmente los galardones, todos tan merecidos, entregados a su esposa, padres y hermana. Sin embargo, el premio más relevante que ha tenido Víctor, y él estaría totalmente de acuerdo conmigo, es el del reconocimiento absoluto a su valor y a su entrega a la defensa de la Fiesta por parte de sus compañeros de profesión. Para Víctor, además, los taurinos (los aficionados), siempre fueron su debilidad. Lo mismo le daba el público de Las Ventas que el de la población más modesta de nuestra geografía. Siempre había que estar bien, en torero y darlo todo, por ellos, por "su público" y por el otro; y así ocurría que sus actuaciones se contaban por triunfos rotundos y cuantiosas salidas en hombros por la puerta grande.

Víctor Barrio

significó un soplo de aire fresco para la Tauromaquia desde el mismo momento en que debutó sin caballos en Las Ventas de Retamosa (Toledo) hace ya diez años. Vino para dignificar la Fiesta Brava. Era su objetivo. Y lo logró con creces. Es verdad que Víctor no llegó a abrir de par en par la puerta grande de su plaza: la Monumental de Las Ventas. Daba igual. No es eso lo relevante. Lo que si fue importante es que Madrid le hizo suyo y siempre le respetó y le esperó. Madrid captó rápido, desde el mismo día de su presentación como novillero, la enorme calidad y torería que atesoraba Víctor, algo que solo queda al alcance de muy pocos toreros. La prueba más palpable de cuanto digo es que Víctor se ha convertido en un referente, no únicamente para los toreros jóvenes, sino también para las figuras del escalafón taurino. Por su autenticidad, por su verdad, por su ética profesional.

Víctor aprendió muy pronto a tener una visión positiva de la vida. De sí mismo y de su entorno. Era una persona inmune al desaliento, al desánimo, y se crecía ante las dificultades. Tenía una voluntad de hierro. Fuerte, rocosa, como las raíces de un olivo centenario. Un joven con voluntad que había conseguido que sus sueños se hiciesen realidad. Una voluntad "bien educada", que no hacía lo que le pedía el cuerpo, sino lo que era mejor para él. Una voluntad que era la joya de la corona de su conducta impecable. Víctor supo armonizar como pocos los dos grandes componentes de la psicología humana, que son el mundo de los sentimientos y el de la razón. Fue muy feliz. Tenía un proyecto de vida coherente y realista. Que miraba hacia el futuro. Trabajó con detalle sus grandes argumentos vitales: amor, trabajo, cultura y amistad. El amor por Raquel, su esposa, y su familia era el motor esencial de su existencia. Si la felicidad consiste en haber conseguido lo que se desea, Víctor fue inmensamente feliz. Hizo el mayor bien posible y el menor mal consciente. El privilegio de tenerle entre nosotros duró lo que Dios quiso y solo Él sabrá porque nos lo arrebató de nuestra presencia. Aquí abajo todavía no nos lo creemos ni lo entendemos del todo.

La plaza de toros de Teruel le ha homenajeado ayer tarde con enorme respeto. Sus compañeros de cartel de aquella triste tarde de hace un año, Morenito de Córdoba y Curro Díaz, acompañados del número uno, el maestro Enrique Ponce, que se ofreció inmediatamente para estar presente en el homenaje "ocupando" la vacante de Víctor, lo dieron todo con los de Adolfo Martín. Ponce estuvo genial en sus dos toros, toreando despacísimo, al compás, durmiendo las embestidas de sus oponentes. También Morenito y Curro destaparon el tarro de sus esencias toreras. En definitiva, otro homenaje más, importante y necesario como todos, seguro; pero también otra jornada muy dura que habrán tenido que superar con su proverbial entereza la ejemplar familia del maestro ausente.

Mi homenaje a Víctor es, ha sido, más modesto, más sencillo. No tengo fechas señaladas en el calendario. Ni fecha de caducidad. Le he recordado como todos los días... Como el gran artista que fue, como el pedazo de Torero que fue, como el excepcional ser humano que fue.