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[OPINION]
viernes, 06 de octubre de 2017 12:00
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Victorino Martín, el mejor
Fuente de la Noticia:  
Peña Los Gayumbos
Por: Fosé Luis Cuenca Aladro
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Diecisiete de mayo de 1976, cuarta corrida de feria en Las Ventas. Los diestros Joaquín Bernadó, José Fuentes y Miguel Márquez, se midieron con seis toros marcados con el hierro de la A coronada de Victorino Martín, que ya entonces gozaba de justa fama (en un festejo celebrado en 1969 sus toros tomaron ¡veintitrés varas!) que acabaría por hacerse legendaria. La tarde fue triunfal para el ganadero y Vicente Zabala (padre) tituló su crónica en ABC como sigue: "Insólito. El ganadero salíó a hombros de la plaza". Márquez, el fuengiroleño al que apodaban "El ciclón de la Costa del Sol" estuvo "cumbre" con dos "victorinos" de órdago a la grande. Zabala escribió al día siguiente: "Impresionate sufragio universal taurino el que se ha producido en Las Ventas. Las gentes, por unanimidad, han votado por el toro. La cosa ya está clara. No caben más componendas. La fiesta, para volver por sus fueros, precisa del sustento del toro. Esto ha cambiado rotundamente. El público busca la verdad. Ya no son solamente unos pocos críticos, tildados de derrotistas, y unos aficionados de buena fe que encaraman a una andanada. Ahora no cabe sortear ni un solo momento más la verdad, la única e inamovible de esto tan nuestro y tan sublime que es la fiesta de los toros, ¡de los toros! Al final de la corrida, Victorino salió a hombros en unión de Márquez, que le brindó el sexto. Al quinto, de nombre "Bodeguero", se le dio la vuelta al ruedo. El público salió encantado de la plaza". Así fue, en efecto, tal y como lo comentó Zabala.

Victorino Martín ha sido, posiblemente, el mejor entre los buenos ganaderos de reses bravas de la historia. Un genio único e irrepetible. Un personaje de leyenda, cuya trayectoria abarcó más de medio siglo de entrega a la Fiesta. Su inteligencia natural, su gestión intuitiva, su decisión y su constancia en el trabajo bien hecho a partir de un afán de pureza y verdad, le dieron la enorme categoría que tan justamente se ganó. Los saltillo-albaserrada forman un encaste único, compartido con Adolfo Martín y José Escolar, y único es único, único en el mundo sacado adelante con ingenio y audacia de situaciones muy comprometidas, con temporadas en que empresas y figuras los desdeñaban. Conviene recordar que en los años sesenta el toro que se lidiaba en Las Ventas rara vez lo era de verdad, porque casi nunca había cumplido los cuatro años de edad reglamentaria. Los abusos estaban generalizados y al mismo tiempo se acompañaban de la injusticia que suponía ver en el extremo opuesto los ejemplares destartalados, duros y pasados de edad que con frecuencia lidiaban en la misma plaza los toreros modestos durante el agosto madrileño. Pero el toro no solamente sufrió esta merma en su presencia física, dañando gravemente la seriedad del espectáculo, la bravura dejó de ser la cualidad más buscada en la selección ganadera y la nobleza pasó a ser el factor que cobró más relevancia. Y así el toro se dulcificó por decreto. Se descastó toda la cabaña brava, o casi toda. El toro dejó de ser enemigo para pasar a ser un colaborador, cuya importancia en el ruedo iba a ser progresivamente menos valorada, hasta hacerle perder buena parte del protagonismo que siempre le correspondió. En esta época donde se menguaba el trapío y se suavizaban las embestidas hubo ganaderos que se mantuvieron fieles a su ideario, como por ejemplo la familia Pablo Romero y los toros del Conde de la Corte. Pero no era suficiente.

Pese al panorama mayoritariamente desalentador, el final de la década de los años sesenta trajo a la afición madrileña el que habría de ser su "mesías" ganadero hasta nuestros días, Victorino Martín. El ganadero de Galapagar se presentó en Las Ventas en 1968 con dos corridas que no dejaron indiferente a nadie. Dos encierros en que se mezclaron lo mejor y lo peor, pero donde sobresalió la auténtica seriedad del toro, algo que por entonces escaseaba cada vez más. Los toros "buenos" de Victorino (no las "alimañas") eran muy rematados, cornalones y muy "asaltillados". Con mucha "romana". Toros de gran seriedad, de mirada fiera. Toros con cara de toros y con reacciones de toros, algo que se echaba de menos por los aficionados más puros, los llamados integristas.

La plaza de toros de Las Ventas del Madrid de los años setenta encumbró definitivamente a Victorino Martín, que encadenó triunfos de tal trascendencia que le convirtieron en el número uno de los ganaderos. Nadie fue capaz de hacerle sombra por entonces. En el panorama ganadero de los ochenta, más de lo mismo: Victorino Martín fue el rey. Y por si aún le faltaba algo, la denominada "corrida del siglo", en 1982, y el indulto del toro "Belador" en la corrida de la Prensa de ese mismo año acabaron por abrir una distancia insalvable con respecto a los restantes ganaderos. Recuerdo con absoluta nitidez aquella tarde del martes uno de junio del 82, la más importante de Victorino en Madrid. En el cartel el gaditano de San Fernando Francisco Ruiz Miguel, el alicantino Luis Francisco Esplá y el soriano José Luis Palomar. Los tres y Victorino a hombros por la puerta grande de Las Ventas. Fue una auténtica conmoción taurina que lo cambió todo. La afición madrileña se desgañitó coreando aquello de "¡Esto es la Fiesta!" y marcó, más bien reivindicó, con claridad sus preferencias toristas. La corrida, además, fue televisada en directo y también fue la primera vez que se volvió a ofrecer en diferido. Al día siguiente mi padre y yo nos acercamos hasta el Hotel Cuzco en cuyo restaurante almorzaban los protagonistas del gran suceso. Mi padre conversó largamente con Victorino y surgió una amistad sincera y duradera entre ellos. El aldabonazo que supuso el enorme éxito cosechado supuso que Manuel Chopera, el empresario recién llegado en 1981, vendiese todos los abonos que sacó a la venta "per saecula saeculorum". No recuerdo haberme perdido ni una sola de las comparecencias de Victorino en Madrid desde su debut en aquella década maravillosa de los ya lejanos (¿o cercanos?) años sesenta desde nuestros abonos del tendido 10, primero, y después, desde 1982, en el tendido 1 fila 3. Fueron tardes, la mayoría, inolvidables, donde la emoción y la verdad estuvieron siempre presentes.

Victorino gozó en vida del máximo reconocimiento siempre. Sus premios y galardones cosechados son incontables. Ha sido el más grande entre todos los grandes del campo bravo. Se podría decir que creó un "encaste Victorino". Un encaste propio. Su legado para la fiesta es impresionante, brutal, pero tiene en su hijo Victorino a su mejor heredero y representante. La continuidad de la saga ganadera está en las mejores manos. Ahora serán días de homenajes continuos, tan merecidos. Quizás sea la "corrida total", que tendrá lugar este mismo sábado en Illescas, una buena oportunidad de mostrarle a él y a su hijo nuestro mejor reconocimiento. Victorino Martín, leyenda, DEP.

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