El domingo por la mañana estuve pendiente del programa deportivo "Madrid al tanto" que emite la emisora de radio Onda Madrid todos los fines de semana y que acerca la actualidad futbolística de los equipos modestos de la comunidad a sus oyentes. La Gimnástica Segoviana jugaba un partido importante en Madrid frente al Rayo Majadahonda. Todavía no había concluido el encuentro (serían las 13,40) cuando el conductor de dicho espacio deportivo se despidió de los escuchantes no sin antes instarnos a que estuviéramos atentos a las importantes y "emotivas" noticias de los informativos de las 14,00 horas. ¿Por qué emotivas?, me pregunté. De forma automática pensé en Gabriel, de quién toda España llevaba pendiente 13 días, y así se lo comenté a mi mujer al instante. Lo que presentía se confirmó apenas tres minutos después: el cuerpo sin vida de Gabriel había sido encontrado por la Guardia Civil en el maletero de un automóvil conducido por la pareja actual del padre de Gabriel, presunta responsable de la muerte del niño. La terrible noticia que nunca nadie hubiera querido conocer se acababa de producir. Los sentimientos afloraron de inmediato: pena, mucha pena y, sobre todo, dolor, mucho dolor. ¡Qué horror! Pobre niñito de tan solo 8 añitos y pobres padres. No dábamos crédito a que semejante salvajada se hubiera podido producir. No había explicación posible. España entera quedó conmocionada y consternada por los hechos y detalles de la investigación que se iban conociendo poco a poco. ¿Violencia machista? ¿Violencia feminista? No, no seamos tan torpes y catetos ni caigamos en el lenguaje que tanto gusta utilizar a los políticos de este país. Se trata, simple y llanamente, de violencia de gé-ne-ro. Pero de lo peor de la violencia del género humano: de la violencia irracional que convierte a algunos seres humanos en bestias o monstruos del pleistoceno.
Recordé el impacto moral que me supuso en 2015, como a todos, la estremecedora fotografía del cuerpecito sin vida del niño sirio de 3 años Aylan Kurdí en una playa de Turquia. Lo de Gabriel ha sido aún peor si cabe por injustificable, por inexplicable. Gabriel era un niño libre. Aylan era un niño inmigrante que buscaba su libertad. Gabriel, según todas las informaciones, era un niño guapo, simpático, cariñoso, bueno, como lo son todos los menores en esas edades, como también lo era Aylan, como lo son todos nuestros hijos o nietos. Tenía toda la vida por delante y alguien decidió robársela de forma violenta y miserable. Ojalá Patricia y Ángel, sus padres, puedan soportar el dolor tan inmenso que les invade. La impecable actuación de la Guardía Civil y la solidaridad mostrada por toda la provincia de Almería, el pueblo de Níjar y el resto de ciudadanos españoles, que han arropado a la familia en todo momento, les pueden reconfortar algo, pero no mucho (o quizá sí) porque no hay consuelo ni palabras para los familiares del pequeño.
Patricia, la mamá de Gabriel, en gesto que ennoblece enormemente su persona, ha pedido respeto, bondad y positivismo. Es, sin duda, lo más adecuado siempre en estas circunstancias. No se debería especular ni añadir más morbo a la tragedia. Las televisiones deberían ser más prudentes y no hacer espectáculo del tremendo suceso. La justicia hará su trabajo y dirá finalmente lo que tenga que decir. La tragedia es que Gabriel perdió su vida, y sus padres han quedado huérfanos de él. Les han quitado su patrimonio y su tesoro más valioso, que era Gabriel. Y ninguno de nosotros se lo podemos devolver. Ése es el drama con el que todos habremos de convivir. Te queremos Gabriel y te pedimos que desde el cielo protejas a todos los niños del mundo. Gabriel, sigues siendo "maravilloso y con una luz impresionante" como dijo Patricia, tu mamá, el mismo día de tu desaparición. Nunca te vamos a olvidar. DEP.
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