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[RIAZA - DEPORTES]
viernes, 25 de mayo de 2018 14:30
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Sí a la caza
Fuente de la Noticia:  
Peña Los Gayumbos
Por José Luis Cuenca Aladro
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Ya está bien de inmiscuirse en los gustos propios de cada uno. ¡Qué afán tenemos los españoles en prohibir por prohibir! Da igual de qué se trate, el caso es fastidiar al prójimo bajo el pretexto que sea. Todo vale con tal de epatar al personal con el discurso demagógico al uso.

Verán: hace unos días han tenido que salir los amantes de la caza en defensa de su legítima afición, cuya práctica está permitida y suficientemente legislada en nuestro país. Lo siento, pero no estoy de acuerdo en "defender la caza" al modo tradicional (con manifestaciones). La caza se defiende por sí sola. Los cazadores somos los mejores cuidadores de la naturaleza, del medio ambiente, y no tenemos por qué convertirnos en abogados para defender una actividad, hoy por hoy lícita, y de cuya práctica debemos sentirnos muy orgullosos. Y quienes no lo entiendan así, me refiero a los "anticaza", que vayan a la escuela a aprender, o mejor, que nos dejen tranquilos y respeten nuestra afición como nosotros respetamos a los que no les gusta la caza. Si quieren argumentos, que nos los demanden, que trataremos de convencerles sin intención alguna de imponer nuestra opinión a toda costa, que nada ni nadie es perfecto.

Cazar ha sido, para el hombre, durante largos milenios, una ocupación vital, actividad inexcusable de la que dependía la propia subsistencia y la de su pareja y su prole. La capacidad de supervivencia de la especie humana ha estado condicionada por el desarrollo de sus aptitudes para capturar animales que pudieran servirle de alimento y aportarle las proteínas que habían de completar la parca dieta vegetal, que no podía ser muy abundante y rica antes de inventarse la agricultura. Esa situación duró cientos de miles de años. Cazar en compañía, en sociedad, ha sido la clave del éxito, en la lucha por la existencia, de la humanidad primitiva.

Cazar es una peripecia dramática en la que hay goce y sufrimiento, pero no hay crueldad sino, más bien, amor. El cazador es fundamentalmente un enamorado de la especie a la que da caza. Quisiera el cazador poder declarar su amistad a la presa, hacerse con ella sin hacerle daño, y de esta actitud nació la domesticación de algunos animales. Luego la ganadería y la agricultura introdujeron cambios profundos en las formas de vida humana. El hombre ya no tuvo que cazar para subsistir. Pero el hombre sigue teniendo ansiedad de naturaleza, de contacto con el campo, el mar, el río y la montaña. Por eso mismo el hombre de las grandes ciudades las deja vacías en cuanto dispone de uno días libres. Es evidente que para nuestro equilibrio psíquico necesitamos realizar alguna actividad deportiva, un ejercicio físico y mental desinteresado, lúdico. Y entre todos los deportes ninguno tan natural, que encaje mejor con la naturaleza, como el deporte de la caza.

La felicidad que encontramos en el ejercicio de cazar responde a un atavismo en el que reproducimos las emociones que sintieron nuestros antepasados a lo largo de miles de generaciones. El goce de cazar está en proporción con el esfuerzo muscular requerido para aproximarnos, descubrir y levantar la caza; con la dificultad de abatirla, y la belleza de la pieza cobrada. Factores que concurren de manera absolutamente ejemplar en la caza de la perdiz roja, la preferida, junto a la de la codorniz y la de la becada, por quien esto suscribe. Especies silvestres en estado puro que, por cierto, los cazadores deseamos y procuramos que continúen por mucho tiempo. No hay mejor ecologista que un cazador auténtico.

La codorniz, por añadidura, cuenta para su supervivencia con la ventaja de la emigración. En España les damos la bienvenida cuando vuelven, al filo de la primavera, para anidar y criar en nuestras vegas, entre los trigales verdes y los cultivos huertanos. Por aquí, en

Riaza

, ya he tenido la ocasión de escuchar con deleite su canto, "chuc, chuc, chuc", mientras paseaba por el parque de "El Rasero" y aledaños. Luego, en la próxima media veda que ha de iniciarse a mediados de agosto, cuando el trigo haya sido segado y en las rastrojeras pululen las codornices, ya maduras, será llegado el momento para descolgar la escopeta, educar al perro, y quemar unos cartuchos con los que ejercitar la puntería.

Lejos no quedará octubre, mes en que coinciden las aperturas del curso académico y de la temporada venatoria. Es entonces, en el dorado paisaje del otoño, con los primeros fríos tonificantes, respirando el aire sutil que baja de la sierra de

Hontanares

, cuando podré hacer realidad lo que nunca he dejado de hacer en mis sueños de las noches de verano: poner en mi punto de mira a la perdiz. No es ave migratoria, como la codorniz. "Donde nace muere", se dice de ella. Para apreciar la belleza de la perdiz roja en toda su plenitud, hay que verla en movimiento, apeonando airosa, engallándose arrogante, levantándose en pleno vuelo o planeando al tomar tierra, y así captar toda la hermosura y colorido de la reina de la caza menor. Es suficiente con poseer una buena condición física para practicar el deporte de la caza, el más natural de todos los deportes, el más saludable y más gratificante. Pocos placeres tan sanos como la reunión con los compañeros al emprender una partida de caza, y al compartir el refrigerio (el taco) y los comentarios de las incidencias al final de la jornada, fatigados por el esfuerzo. Sé que ha

Tuve el privilegio de practicar la caza durante muchos años con el mejor cazador que jamás conocí: mi padre. Mi maestro de la vida y de todo. Él me enseñó a amar la naturaleza, a respetarla y disfrutarla, y a ser un cazador sereno, responsable y consciente. Con él descubrí la grandeza de la práctica auténtica del ejercicio de la caza en el que la ética del comportamiento ha de primar siempre sobre todas las cosas. Por eso no entiendo que, con la que está cayendo sobre el país, los haya que se ocupen y preocupen por poner en entredicho la acción cinegética. No lo entiendo. Puedo comprender que no les guste y lamentar dicha carencia, pero ir en su contra no es de recibo. Y eso que no entro en la valoración positiva (por todos conocida) que dicha actividad cinegética supone para la economía española: generación de más de 187.000 puestos de trabajo (50.000 de ellos directos) y más de 6.000 millones de euros de negocio que vienen a significar el 0,3 % de nuestro PIB.

La Caza, amigos, la caza con mayúsculas, forma parte del acervo cultural español y nada ni nadie lo va a cambiar por mucho empeño ignorante que pongan algunos en finiquitarla.
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