El pasado día 15 fui a hacerme una radiografía de pulmón al Centro de Salud (CS) de Riaza. El aparato venía de
Segovia
en un camión ambulante. No recuerdo quién me dijo que era uno de esos móviles que antes fueron utilizados por el ejército. El caso es que el CS de
Riaza
no tiene equipo radiológico. Cuando un anciano se rompe la cadera tiene que ir a
Segovia
o en caso de gravedad, y según la saturación, a Aranda de Duero. Los mismo ocurre cuando un usuario de la nieve o del Bike park de
La Pinilla
tiene un accidente, aunque lo proteja un seguro particular, que termina pagando el tratamiento. Entre verano e invierno la oferta de la estación reúne a unos 60.000 usuarios en una temporada normal.
Buen aporte económico para la comarca. Pero parece que no es suficiente. Y lo que sucede con la radiología se repite con otros servicios. Hace unos meses, los riazanos recogieron firmas por la falta de pediatras, mala cosa en un pueblo con alta tasa de niños.
El jefe de servicio de radiología segoviano, al reconocerme, me dijo: “escriba, por favor, que los verdaderos héroes de esta pandemia son los médicos de atención primaria, que con poco instrumental y un protocolo cambiante están ayudando a controlarla”. Es posible que una de las transformaciones que produzca el maldito coronavirus afecte a la España vaciada, que recibirá a aquellos que cambien la capital por el agro sin dejar de realizar su trabajo. Pero para ello se necesitará una importante inversión en infraestructuras, entre ellas las de tecnología de la comunicación. También la mejor dotación de los Centros de Salud, y que así sirvan para la detección y primer control de una epidemia. Esperemos que le toque el turno al de Riaza. Los 2.099 habitantes de la localidad segoviana (INE, 2018) se cuadruplican en verano. Tampoco parece por el momento suficiente la cifra.
Un estudio de tres investigadores americanos –Sergio Correia, Stephan Luck y Emil Verner- titulado con el sugestivo nombre de “Las pandemias deprimen la economía, la intervención en salud pública, no” incide en lo importante del gasto sanitario no solo para mantener en dosis razonables el bienestar de la ciudadanía, sino para evitar los estados depresivos económicos. Según sus datos, realizados a partir del análisis de la epidemia de 1918 en EE:UU, “una reacción 10 días antes de la llegada de la gripe aumentó el empleo en alrededor de un 5% en el periodo posterior a la enfermedad”. Para ello es fundamental tener una vigilancia segura en las pequeñas poblaciones, que son las que más tarde diagnostican -por falta de medios y de recursos- los ataques virales, y dejan así de jugar su papel de primera alerta sanitaria por su inmediatez y por el conocimiento personal del paciente. “Cuando me vino con los síntomas del coronavirus un enfermo yo supe en un primer momento que no eran los de la gripe que pasaba cada año y a la que era propenso; y estábamos en febrero”, me confesó hace poco uno de los sanitarios del CS.
En cambio, la relación entre economía y salud da ratios curiosos. Un estudio realizado en la UE sobre la crisis del 2008 – “Population health and the economy: Mortality and the Great Recession in Europe”- concluye que por cada aumento en un 1 punto de la tasa de desempleo la mortalidad disminuye un 0,6%, principalmente por reducción de las afecciones pulmonares y cardiorespiratorias. Esto, en las sociedades industriales; en las agrarias, la tendencia es la contraria. Explicaciones hay varias (estrés, exposición a la contaminación…), pero lo que es indudable es que el gasto en el Sistema de Salud no es tal gasto, sino inversión. Inversión en el más preciado recurso del ser humano: la vida.
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