Riaza Los Gayumbos desde 1990

Conozco a Raquel Sanz. Su DNI dice que es mujer, al igual que su pasaporte. En el Registro Civil consta que nació niña. Todas las sospechas de sus actos vividos, desde el amor por un hombre, su idea de familia, su vida sentimental, sexual, de hija y amante, han sido como mujer. Vista de cerca no admite sospecha. Tiene una expresión sensible de fragilidad en ausencia. Mira como tratando de encontrar el objeto de su sentimiento, que hace años, no está. Y cuando llora, sus lágrimas son un interrogante que encara con valentía la frustración que consiste en saber que, una y otra vez, los jueces concluyen que contra su marido muerto hubo expresiones de delito de odio, pero que como la Tauromaquia no es considerada colectivo frágil susceptible de odio, no hay sentencia contra lo evidente.

Cualquier mujer de este país sería apoyada hasta el más allá por los colectivos de mujeres y hasta por el Ministerio de Igualdad. Pero Raquel no es mujer. No es femenino. Era la esposa de un torero y eso no es ser mujer.

Si yo fuera juez, que no lo soy en el sentido jurídico del término, sentiría vergüenza de la propia ley y hasta de mi propia sentencia. Si fuera mujer, sentiría vergüenza de la hipocresía sectaria y política de la corriente oficial feminista de este país. Hay un prietas las filas, un cerrar círculo protector para con las mujeres oficiales de este país. Una oficialidad que no la determina el sexo con el que se nace, sino las libres elecciones vitales de la edad adulta. Una mujer de un toreo, por definición, no es mujer. Una mujer como Raquel, violada, ultrajada, humillada a través de la muerte de un torero que era su marido, no es mujer. Y si no es mujer, jamás pudo ser violada.
br> No lo es y ninguna mujer en colectivo de este país la va apoyar, acunar, mecer y ayudar como merece. Merecerlo no por ser mujer, sino por ser un ser humano violado. Violar es concepto que va mucho más allá de una cuestión sobre el sexo. Y a Raquel Sanz la han violado. Pero como no es mujer oficial, no existe tipificación de delito para dar justicia a esa violación.

Raquel no es mujer. No. Ni siquiera pide llegar sola y borracha a casa. Pide algo más sencillo y más humano: que la justicia sea justa con su violación. Pide regresar a casa todos los días, luego de trabajar a su soledad de mujer sabiendo que la justicia de este país ha actuado en contra de quienes alentaron el desprecio, la vejación, el insulto, el odio contra su marido muerto. No entra dentro de esa tipificación administrativa oficial ni en la moral única oficial que este país expende desde la política para tener derecho a ser llamada mujer. Todas las mujeres de toreros, todas las mujeres que participan en esto de la Tauromaquia, no son mujeres. No van a ser tratadas como tales. Están excomulgadas del `party festivo´ o del `botellón político femenino´ que se ha institucionalizado de forma tan insolidaria con las mujeres que, o eres del ramo definido, o no eres mujer.

Ser mujer es un síntoma de pertenencia. Sí. La conclusión, entre simplista, adolescente y politiquera de que una mujer tiene derecho a no ser propiedad, ni ser pertenecida por el hombre, cae por su propio peso al meter a la mujer en otra pertenencia. La de pertenecer a mi ideal político o mi a tribu de votantes. Toda mujer que no pertenezca a la corriente expresada el 8M no es mujer. Mujer en España es, oficialmente, pertenecer a alguien y a algo. A un grupo, movimiento, ideología. Fuera de ella no se es mujer, siéndolo. De la misma forma, ser ciudadano español con todos sus derechos reconocidos, que incluye no ser objeto de odio, es no ser filo taurino. Pertenecer al grupo social de la Tauromaquia excluye a los individuos, hombres y mujeres que lo componen, no tener todos sus derechos reconocidos.

El Tribunal Supremo, en sentencia del 8 de febrero de 2018, declara que el delito de odio `…sanciona a quienes fomentan, promueven, la discriminación, el odio o la violencia contra grupos o asociaciones por motivos distintos recogidos en el precepto´. Dice el juez que no condena al tal Belenguer acusado por la no mujer Raquel, que es la esposa, y los padres de

Victor Barrio

, reconoce que fueron víctimas de `un voraz episodio de odio´, pero que lo absuelve porque el Código Penal protege a los grupos que tipifica el propio texto. Y ahí, no está incluido el colectivo de la Tauromaquia. Yo le digo al juez que es cobardía en justicia del término cobarde a tener delante un clarividente ejemplo de incitación al odio y no aplicar la ley ni la sentencia del Tribunal Supremo del año 2018 para condenar ese delito de odio. Una cobardía en el término más amplio del término.

Dice el juez en su sentencia que la Tauromaquia `no es sino una afición más o menos sentida, más o menos fuerte, pero en caso alguno una ideología, ni un modo de vida ni una creencia´. Y le pregunto al juez: ¿no era la Tauromaquia un modo de vida, como su señoría dice, para

Víctor Barrio

? La respuesta es sí a todos los efectos y bajo todas las evidencias, señor juez. Un modo de vida. Y no modo de vivida, no sólo en cuanto a sus ingresos, que también, sino a una forma de entender la vida, de expresarla, de convivir, de ser feliz. No, no se trata, juez, de una afición más o menos sentida. Haga un ejercicio de realidad y sabrá que para muchos de nosotros, sí es una creencia, pues coincide con la primera acepción del diccionario de la RAE: `firme asentimiento y conformidad con algo´.

Si tenemos que luchar para que las mujeres del toreo sean mujeres y para que los hombres y mujeres del toreo sean considerados como españoles completos y plenos en sus derechos, hagámoslo de una vez. No creo que la sociedad española no comprenda una realidad tozuda, insistente, evidente, clara, cristalina. No creo que este debate sobre ser objeto de delitos continuados de odio no sea comprensible para los españoles. Una vez más, un año más, una mujer más, un derecho más, digo que, o el toreo, la Fundación o quien sea, trabaja de firme para conseguir que la Justicia nos haga justicia, o no somos dignos de nuestras mujeres, de nuestros hombres y de nuestros muertos.