Dicen que la distancia es el olvido. Y en muchos casos será así, pero no en lo referente a
Riaza
, a su gente, y en especial, a sus Fiestas Patronales.
El que las ha vivido alguna vez, ya sea completas o en días sueltos, bien por ser las de su Villa, lugar de veraneo o por casualidades de la vida sabe que las pasadas nunca serán las últimas. Volver, volver y volver, el mantra del
riazano
de cuna o adopción que al comienzo del otoño no para de repetirse en su cabeza durante los siguientes doce meses.
Puede ser que lleves varios años sin asistir, que vivas a cientos o miles de kilómetros de El pueblo más sano, que las responsabilidades y los años que cargas en la mochila impidan acercarte un Septiembre tras otro al Piamonte segoviano, bautizado así con maestría por Don José Luis Cuenca… La vida tiene estas cosas, te lleva a lugares y situaciones que no entraban en tus planes, y es lo que hay. Pero el recuerdo, ese recuerdo tan sutil de la camisa de la Peña recién planchada que estrenabas el día 8 a media mañana te sigue erizando la piel.
Camino a la Plaza Mayor, vistazo a la Fonda por si ves algún color amigo y ya encarando la Iglesia, despacio, sin prisa, que nuestra Patrona bien merece saborear el camino empedrado hasta llegar a sus pies con el ramo entre las manos. Unos llegan frescos y otros con la cabeza cargada, dependiendo si la “pre-patrona” fue con mesura o se tornó en noche grande (la primera de muchas). Y en ese preciso momento se igualan géneros, edades, clases y creencias. ¡RIAZA ESTÁ EN FIESTAS! El sonido de las jotas en la Plaza, el murmullo en las tabernas, risas, gritos, cantares… Gentío celebrando el día grande que se alargará hasta que el cuerpo aguante.
Luego llega el impasse que cada año el calendario dicta hasta que, el siguiente sábado, una marea de colores vaya Gran Vía abajo hasta desembocar a los pies del Ayuntamiento inundando el coso taurino cual coliseo romano preparándose para batallas navales, a la espera que el pregón convierta la calma en tempestad. Y entonces sí, el momento ansiado llegó. Encierros, charangas, cañas, feria taurina, orquesta, las Peñas,
Hontanares
, la caldereta, los fuegos… Todo compartido con familiares, amigos, conocidos y extraños, porque es el motivo de la celebración, compartir el amor y la pasión que uno siente por esta Villa casi milenaria, villa de herreros, ganadera, lanar y de la industria del paño en siglos pasados y ahora en gran parte turística. Librando una sempiterna pelea en inferioridad por soltarse del yugo de la España Vaciada, del desprecio estatal de muchas décadas por lo rural, olvidando que la esencia de este país está aquí mismo, en las manos, tradiciones y alma de la “gente de provincias”.
Estas son las Fiestas de cada año de un expatriado, del que está lejos pero quiere seguir estando cerca. Los recuerdos vuelven siempre por estas fechas, unos recuerdos que no sabes que si son cosas veredes o el tiempo los ha ido deformando, erosionando y dulcificando. Por desgracia, este 2020 nos toca a todos vivir las Fiestas de igual manera, rememorando tiempos pasados, compartiendo con los nuestros situaciones y anécdotas ya vividas bien de palabra o a través de las Redes Sociales. Sea como fuere, os puedo asegurar por experiencia propia que estos recuerdos siguen sirviendo para saciar parcialmente el hambre de
Riaza
que muchos sentimos irremediablemente cada Septiembre. Sé que no es mucho ni un gran consuelo, pero lo que no puede ser hoy no puede ser, y además es imposible, pero mañana… ¡Ay mañana! ¡Que se ate los machos el 2021 que en nada ya vuelve a oler a Fiestas!
Por: Jaime Núñez Martinez
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