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[OPINION]
miércoles, 13 de julio de 2016 08:30
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Y Víctor abrió la Puerta Grande del Cielo
Fuente de la Noticia:  
Peña Los Gayumbos
José Luis Cuenca Aladro
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A las cinco de la tarde del pasado sábado día 9 propuse a mi mujer regresar a nuestra casa madrileña para así poder ver en directo (en

Riaza

no hay cobertura) la retransmisón por televisión (TMadrid) de la corrida de toros que se habría de celebrar en la plaza de toros de Teruel en la que estaba anunciado nuestro paisano y amigo Víctor Barrio. Al término de la misma, volveríamos a

Riaza

a tiempo de la cena y de disfrutar de los últimos momentos del "Huercasa Festival Country". Dicho y hecho: a eso de las seis y media ya estábamos en nuestro domicilio madrileño sentados frente al televisor, instante mismo en el que envié a Víctor mi último wasap: "Ánimo maestro, y mucha suerte. Te veré por TM".

La primera imágen en tiempo real que nos ofreció el canal autonómico (el tremendo cornalón que se intuía sobre el costado derecho, la figura inerte del torero sobre la arena con la mirada puesta en el infinito), no dejaba lugar a dudas: el percance que nuestro queridísimo y admirado amigo

Víctor Barrio

acababa de sufrir en el ruedo de la plaza turolense, revestía todos los visos de máxima gravedad. El bueno de Miguel Ángel Moncholi hizo un esfuerzo por no alarmar en exceso a los televidentes ("ojalá no se confirmen los malos presentimientos que tengo y todo quede en un susto", llegó a balbucear emocionado el prestigioso narrador y crítico taurino, mientras los toreros se llevaban en volandas hacia la enfermería al diestro herido de muerte); transcurridos unos minutos se confirmó oficialmente el peor de los presagios: Víctor había fallecido. ¡¡Dios mío!!, grité en silencio, para a continuación venirme abajo completamente roto y derrumbado por el dolor, al tiempo que compartía tan tremendo desgarramiento interior con mi esposa y con los amigos que llamaban sin cesar incrédulos por lo sucedido.

Ni yo, ni supongo que nadie que estuviera atento al televisor o en la misma plaza podía dar crédito en ése momento a lo que acababa de ocurrir en la plaza de toros de Teruel. Estaba toreando tan estupendamente el torero del nordeste segoviano que pronostiqué inmediatamente otra tarde de éxito, como ha sido normal para Víctor en más del noventa por ciento de los festejos totales en que ha participado. Recibió a su oponente de Los Maños "a portagayola" y le enjaretó a continuación cinco verónicas y una media colosales, ganándole en cada lance terreno al encastado "santacoloma"; empezó con la muleta muy firme, transmitiendo toda su enorme personalidad y torería a los tendidos en dos tandas sobre la derecha monumentales, plenas de dominio y muy templadas. Se le veía tranquilo. Con su reconocido valor sereno y confiado...y pasó lo que nunca pudimos imaginar.

Víctor Barrio era (¿era? ¡es!) un joven torero. Estaba en la plenitud de su vida. Fuerte como un roble, delgado como un junco. Sano, alegre, vital, simpático. Sus proyectos a corto y medio plazo en su profesión seguían intactos. Sus ilusiones también. Educado en el trato, excelente conversador, Víctor era, además, un deportista total, un atleta consumado. Jugó mucho y muy bien al fútbol en su adolescencia. Practicaba el tenis, el pádel, el frontón, y en el golf tenía números (hándicap) de profesional. Siempre fue un magnífico estudiante. Y como persona, ¡qué contar!, un ser humano excepcional en todas sus facetas (como marido, como hijo, como hermano, como nieto, como amigo). Tenía a su favor la mayor riqueza que se pueda desear, que no es ninguna otra que la de estar rodeado de un entorno familiar ejemplar, ahora desalentado, atribulado y aturdido: su joven esposa Raquel, Quinito y Esther, sus padres, la "niña de sus ojos" que era y es su hermana Ruth, sus abuelos. No, queridos amigos de El Adelantado, no hay consuelo posible para ellos, porque si no lo hay para mi y sus amigos, imagínense para los suyos. Es verdad que todos somos conscientes de que algún día hemos de partir, pero nos cuesta aceptar ésa realidad, y mucho más aún cuando se nos va alguien que reunía tantos valores y que encima era tan joven y tan bueno... Porque eso es lo que fue siempre

Víctor Barrio

por encima de todas las cosas: una buenísima persona, un grande de los de verdad. Un hombre de los pies a la cabeza al que jamás escuché quejarse de nada ni de nadie. Es por ello, llegados a este punto, por lo que pienso y creo firmemente que con Víctor el cielo no podía esperar por más tiempo al tratarse de uno de los mejores, y se lo ha llevado allí de nuevo dejándonos huérfanos de su bondad y ejemplaridad tras sus casi 29 años de préstamo terrenal. Tenerle entre nosotros era un lujo que quizá no merecíamos del todo.

Si Víctor ha presenciado desde allá arriba el homenaje y reconocimiento continuo que le han hecho sus paisanos durante más veinte horas en la villa de

Sepúlveda

, seguro que habrá sonreído con su proverbial serenidad. Las muestras de cariño y solidaridad con el duelo familiar, tanto en el pabellón municipal como en el tanatorio e Iglesia de San Bartolomé, fueron de una sinceridad tan apabullante, que la emoción por lo vivido fue desbordante en todo momento . No faltó a la cita ni uno solo de sus compañeros de profesión, excepto los que tenían compromisos adquiridos tiempo atrás (Urdiales, Talavante y LSimón, por ejemplo, que actuaban en Pamplona y le dedicaron la tarde). En

Sepúlveda

estuvieron todos los demás, desde las máximas figuras hasta los nombres más modestos del escalafón taurino, tanto de matadores como de novilleros y subalternos, en activo o retirados; empresarios, ganaderos y aficionados de todos los lugares, principalmente segovianos y madrileños.

La espontánea vocación taurina de Víctor despertó muy pronto: con doce añitos apenas, ya tuvo muy claro que quería ser torero. No fue lo de Víctor una vocación tardía, como he leído en algunos medios especialistas, no. Todo lo contrario. Lo que pasaba es que por respeto a sus padres, a su familia entera, no quiso forzar los tiempos y esperó a ser mayor de edad para tener menos "contestación" a su firme decisión de torear. Al fin y al cabo, no hay necesidad tan fuerte para nuestra infancia que la necesidad de protección de nuestros padres. Así lo debió entender el bueno de Víctor y sólo por eso espero a que el tiempo fuera transcurriendo... Poco a poco ambos, Esther y Quinito, fueron aceptando resignados la firme voluntad de su hijo de ser torero.

Yo, como muchos riazanos de la época, tuve conocimiento de él por sus primeras apariciones en los festejos de

Riaza

cuando saltaba al ruedo y pegaba unos pases con su capotillo al "toro de los mozos". Tendría por entonces Víctor 13 o 14 años. "¡Es el de Grajera otra vez! Torea muy bien el chaval", decían los riazanos, y claro, sus padres se enteraban de sus andanzas con gran disgusto y le montaban un buen "pollo" al regresar a casa. Normal. Y así una temporada tras otra hasta que se inició en sus primeros tentaderos, "haciendo tapia" primero, para pasar a ser enseguida uno de los invitados preferentes en muchas ganaderías importantes. Ya por entonces habíamos iniciado una amistad que se fue haciendo muy sólida con el paso del tiempo y que íba ya para casi 10 años. He escrito mucho sobre las cualidades y virtudes que como torero tenía el "grajerano-sepulvedano-riazano" en "mi Tribuna" de El Adelantado. Todo está dicho: Víctor era un torerazo; dotado de un valor descomunal fruto de su gran mentalización y su desbordante afición; era distinto, diferente...muy auténtico, tremendamente honesto, y siempre lo daba todo en el ruedo, se tratara de la plaza que se tratara.

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Los muchos y largos minutos que pasé a su lado despidiéndome de él en el pabellón municipal sepulvedano, donde se instaló la capilla ardiente el pasado sábado, no los olvidaré jamás. "Hijo mío, hijo mío...", repetía para mis adentros una y otra vez con la mirada fija en su semblante juvenil. Y es que Víctor se hacía querer por todos, y algunos (¿verdad Josele? ¿verdad Pablo? ¿verdad José María? ¿verdad Ángel? ¿verdad Agustín?) le llegamos a querer tanto como si de un hijo propio se tratara.

Los hombres también lloran, ya lo creo. Me quedo con el desconsuelo de Morenito de Aranda y Curro Díaz, sus compañeros de cartel en la tarde maldita. Con el llanto incesante de sus "hermanos pequeños", Daniel Menes y Carlos Ochoa, como le gustaba decir a Víctor cuando se refería a los dos jovencísimos novilleros. Con la entereza de su íntimo amigo y compañero de fatigas Esaú Fernández. Con las palabras del número uno Enrique Ponce: "Es una tragedia y una desgracia tremenda; no tengo palabras para expresar tanto dolor. Estamos aquí para arropar a una familia destrozada y para reconocer el valor y la entrega que

Víctor Barrio

tenía como persona y como torero".

"Soñábamos con una portada de Puerta Grande en Las Ventas. Ya no podrá ser", había escrito su amantísima esposa Raquel en su cuenta de twitter, y es cierto, porque todos sabíamos y estábamos convencidos de que tarde o temprano llegaría ése momento de gloria para Víctor. Es lo único que le faltó a uno de los toreros que ha dignificado más la Fiesta Brava durante la última década con su ejemplar presencia en los ruedos españoles. Con su comportamiento y con su tauromaquia clásica y fundamental. Sin embargo,

Víctor Barrio

ha abierto de par en par la Puerta Grande del Cielo, la más importante de todas, algo que solo está al alcance de los más grandes en todos los sentidos y órdenes de la vida. Y Víctor fue grande, muy grande, en la difícil profesión que él eligió, y en la vida. Descansa en paz, Víctor. Fue un honor y un privilegio para mí el haber contado con tu sincera amistad y cariño. Hasta pronto.
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