La categoría de una plaza es proporcional al respeto que tienen los ganaderos a sus toros. Un público que quiere la mejor de las presentaciones para los astados, dentro de sus posibilidades, y unos ganaderos que mantienen su crédito honrando los deseos de un pueblo. Eso es
Riaza
y eso son las divisas de José Escolar y Valdellán. Ambos hierros, grabados a cal y arena, en el anillo del coso. Sobre esos cimientos, el torero que se quiera apuntar, que se se apunte. Y, para conmemorar el 30 aniversario de la actual Plaza de Toros, no fueron otros que dos de los diestros en activo con más currículum en la vertiente torista, Fernando Robleño y Sánchez Vara, y uno de los firmes candidatos a heredar ese terreno, Damián Castaño. Como si sus carreras estuvieran empezando. Solo el hecho de querer anunciarse en esta efeméride con toros de impoluta presencia, con una tendencia de caja alcista y de astifina enarboladura, pone en valor la profesionalidad y su conocimiento por los gustos de una plaza. Y más cuando hubo que posponer otras 24 horas el festejo. Ahí estuvieron Robleño, que cortó una oreja, y Sánchez Vara toreando dos ganaderías, que no entran en las carteras de las figuras, con un tacto y un oficio hecho a base de años y paciencia. En otras manos, el devenir del festejo se hubiera puesto cuesta arriba. Castaño, por su parte, paseó otro trofeo, aunque estuvo más intermitente. En el desglose del ‘desafío ganadero’, el envío de Escolar ofreció mayor virtudes.
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