Escribo estas líneas al comienzo de la Semana Santa, que voy a pasar en
Riaza
, al pie de la sierra de
Ayllón
: la presencia de mis orígenes familiares me invita también a dedicar tiempo a dar vueltas sobre las raíces de la Unión Europea. Repensar los cimientos a la vista del futuro, puede ayudar a superar por elevación actuales posturas más bien reactivas ante la bomba nuclear de Donald Trump contra la globalización.
<
Se abren días que abren un paréntesis de religiosidad, aun en tiempos de cierta desacralización, que podría estar tocando fondo: leo en Le Figaro que en Francia se ha multiplicado por dos en dos años el bautismo de adultos en la Pascua: 10.384, más 7.404 jóvenes de entre 12 y 18 años; y en el Reino Unido los resultados de una encuesta encargada por la Bible Society indican un incremento de la práctica religiosa: por ejemplo, aumenta en los últimos seis años el porcentaje de los que acuden a la iglesia al menos una vez al mes en el grupo de 18 a 24 años (del 4% al 16%), en el de 25 a 34 (del 4% al 13%), en el de 35 a 44 años (del 5% al 8%) y en el de más de 65 años (del 14% al 19%); según The Times, los católicos superan en práctica a los anglicanos, y se podrían convertir pronto en la mayor confesión religiosa del país desde hace cinco siglos.
<
En cualquier caso, surge con relativa espontaneidad la reflexión sobre los grandes valores humanos. Ante las tensiones actuales, parece preciso también evitar toda nostalgia, para construir desde la esperanza, aunque de entrada deba arrancar de aquel emblemático in spe contra spem, alma de Abraham, padre de inmensas naciones.
<
Ciertamente, Europa es un continente envejecido. Pero no más que Rusia o China, y Estados Unidos. Sus raíces no se han secado: permitirán nuevos rebrotes, como en otros momentos de la historia, porque siguen vivos grandes nutrientes, capaces de aportar orientación y fortaleza en tiempos turbulentos. La cohesión y el futuro no dependen tanto del gasto en defensa, como de una reafirmación de los fundamentos.
<
Tras los hitos iniciales de la Unión Europea –industriales, energéticos, económicos- aleteó siempre un proyecto de paz tras siglos de conflictos, que alcanzaron la terrible cúspide de las dos guerras mundiales del siglo XX. La nueva Europa nace y se desarrolla en términos de cooperación: cimiento irrenunciable ante los actuales embates autocráticos que llaman a la polarización y la guerra. No se trata de pacifismo, menos aún del deseo de no arriesgar el nivel de bienestar logrado. Sino de la convicción de que la paz es fruto de la justicia, de la aplicación del derecho, no de la supremacía de la fuerza. De ahí la importancia de un único lenguaje diplomático, lejos de particularismos o protagonismos apolíneos.
<
Ante la amenaza bélica, los Estados miembros están obligados a crecer en esa cohesión y solidaridad que –no sin dificultades- han configurado la vía de superación de crisis precedentes. La Comisión y la Eurocámara, como los gobiernos de casi todos los países, están en condiciones de coaligar políticas fuertes, mediante cesiones capaces de ahormar mayorías sólidas y cerrar paso a los nacionalismos. La renuncia al viejo criterio de la unanimidad es más necesaria y menos tecnocrática que nunca.
<
No hay razón de eficacia que justifique el abandono de los grandes criterios democráticos, por mucho que desde el Sur se critique falazmente a occidente de imponer “sus” derechos humanos. Al contrario, es timbre de gloria europeo haber ido progresando y difundiendo por el mundo modos de gobierno cada vez más respetuosos con las exigencias de la libertad de la persona y de los pueblos. Por esto, no pueden marcar el paso los Estados que no admiten que un Tribunal universal pueda juzgar sus posibles crímenes contra la humanidad, e incluso se permiten imponer sanciones... Por mucho poder científico y económico que tengan, son hoy los bárbaros que amenazan la civilización.
<
A comienzos de mes, el Parlamento europeo aprobó el informe anual sobre los derechos humanos y la democracia en el mundo con 390 votos a favor, 116 en contra y 126 abstenciones. Ante el crecimiento de la autocracia y los populismos más o menos totalitarios, o la crisis del derecho internacional humanitario, puede parecer escasa la mayoría alcanzada. Pero remarca el camino del universalismo y el apoyo a los tribunales internacionales, como instituciones jurisdiccionales esenciales, independientes e imparciales.
<
Como declaró la ponente Isabel Wiseler-Lima (PPE, Luxemburgo), en un mundo que entra en una nueva era, la UE debe mantener el rumbo y reafirmar los valores de la justicia y el respeto por la persona humana. Este informe hace un balance del estado actual de la democracia y los derechos humanos, expone los medios para actuar y esboza nuevas medidas que deberán ponerse en marcha: “No dejaremos de denunciar las deficiencias y de apoyar, allí donde podamos, a quienes trabajan por la democracia”.
[Noticia completa más abajo]
Para ver los gustos y comentarios de las pesonas, deberá registrarse.